sábado, 4 de febrero de 2012

Recuerdos de Surco y la infancia

Mi amigo Oswaldo
Oswaldo era tremenda persona, siempre lo supe, su abrazo era franco y fraterno, el amigo que no pudo despedirse, él ni yo teníamos conciencia que pronto nos dejaría, incluso nuestra amistad trate de olviadarlo y pronto aprendí que todo tiene un por que?, nada es al azar y un buen amigo que se va pues algún motivo importante debía tener. Mucho tiempo pensando en que se mudó sin decirme nada todo mi recuerdo de él quedó pronto en el pasado, me enfurecí tanto que hoy me da verguenza y lo recuerdo más con la esperanza que me perdone por no saber nada un pequeño si le explican podría entender y despedirse adecuadamente.

Ya eran las 3pm, no hacia mucho frio, para un pequeño con ganas de salir a jugar que de pronto que te metan al agua para estar limpio y listo para salir era frustrante. El santo de Oswaldo, umm no lo sabia hasta que cruze el umbral de su resplandeciente casa, para mi cuando menos era casi un palacio, muchas cosas que no teniamos como una casa bien pintada, adornos, cuadros, espejos, dos pisos, un auto, la gente y sus pequeños de buena presencia, no atiné a decir nada, Oswaldo se alegró tanto de vernos llegar, cruzo la sala y casi pense que se trataba de mi cumpleaños... me abrazo tan fuerte que hasta hoy recuerdo lo fuerte de su amistad.

Abría cada uno de sus regalos en compañia de su madre, se veían tan felices y mi madre no supo mas que besarme y llorar. La madre de mi amigo, la conocí tan poco, mi madre si llegó a ser su amiga, mi madre lloraba mucho recordando lo sola que una persona puede estar lejos de un ser amado una amistad alguien que aprecias tanto como para llorar su ausencia.

La Sra. Marcela, la esposa de un sargento de policia algo mayor, ya pensaba "con razon llegaba un patrullero al frente de su casa con tanta frecuencia", las fotos de su padre bien uniformado, pues sí, no eran de ningún antepasado heroe de guerra ni nada, el porte militar y la claridad de sus decisiones se reflejaban en Oswaldo, tan correcto, sin travesuras, sonriente, su voz gruesa, un pata del alma!

Sus padres, su familia estaban tan contentos, despues del happy birthday note que la alegria no duraria mucho, mi mamita Carmen con la Sra. Marce conversando abrazadas, mi padre esperando para regresar a casa, las 8pm debemos irnos y mi madre con lagrimas por fin salía.

Despues de tanto dulce y payaso sin gracia, nos despedimos con casi media torta encima, no era justo al dia siguiente a levantarse para ir al colegio.

Colegio 370 y como te escapas sin saberlo
Lunes, primer día de clases, bien uniformados, con un block, un lapiz, borrador, reglita, un trompo bien quiñado, bolitas de mi hermano mayor y ni un centavo para la chicha, en esa epoca no sabiamos nada de lonchera. Esperé tanto que llegue Oswaldo, ni rastro de mi amigo; despues de mi hermano Pepe, Oswaldo era el protector, un buen amigo es necesaria compañía para explorar la inmensidad del colegio.

A falta de uno siempre aparecen otros, en ese momento concí a Cuya, en adelante seria mi mejor amigo, por lo menos por unos años, compañero para las tareas, para el recreo para las aventuras y en fin para cosas que mi madre no podía esperar de su pequeño Kike de 8 años.

Aquel colegio de primaria #370 de Surco viejo tenía sus cosas, 2 pisos, 2 patios, una chacra, un profesor Martinez de 5to grado fué estupendo, un lujo de profe, me enseñó entre otras cosas el valor del ahorro.

Al final del segundo patio habia un corredor flanqueado por una doble puerta con malla de acero, casi siempre abierta, no intentaba asomarme a ella por que desde alli siempre se repartía el horrendo desayuno gratuito.

El desayuno del colegio consistía en un pan frances, pequeño, duro, pero de sabor ... ummm mejor ni recordarlo, bueno y la santisima leche era de un cuajo horroroso, supe finalmente que era leche de soya (soja), eso no podía ser leche, era una estafa, a un niño de 8 años no le puedes decir que le darás desayuno gratis con pan y leche y en cambio darle ese innombrable y pagajoso asunto.

En mi mente un desayuno era como el de casa, muy humilde pero sabroso, su leche condensada Ideal con cafe Kirma o Cocoa, el pan calientito con su mantequilla Astra, con suerte huevo revuelto y mermelada; si mi padre estaba de regreso de Piura pues el mismo se encargaba durante una semana se preparar con sus manos el jugo de naranja fresco, calentar las tortillas de maiz, los tamales o freir las yucas con queso, bueno, ya saben es imposible la comparación y lo terriblemente defraudado de esperar mi lechesita en mi tasa que yo mismo pedi a mi madre:

"no te preocupes -le dije- nos han dicho que el desayuno en adelante lo tomaremos en el colegio con pan y leche, yo desayuno con mi profe y mi amigo Cuya".

Tengo que reconocer que la pobreza y carencias que yo vivía no se comparaban con la de la mayoría de mis compañeros, no solo durante, si no despues del desayuno escolar se les veía tan agradecidos y complacidos, lo que se les habia dado era extraordinario y sabroso, yo no podía decir lo mismo por esto en adelante aprecié mas lo que me servían en mesa, mis padres realmente hacían mucho por que mis hermanos y yo tomaramos y comieramos como en Piura, comiamos bien.

En cuarto grado mi profesora Talavera nunca supo como durante un recreo desaparecimos los hermanos Cuya y yo sin dejar rastro, los hermanos Cuya se conocían cada rincón del colegio. Mi amigo Cuya traía mi maletín con todas mis cosas

-vamos al otro patio con mi hermano

No dije nada y lo seguí como zombie, llegamos a esa nauseabunda puerta del horrendo desayuno, la atravesamos sin decir nada al portero que nos miro con desprecio, metros mas allá supe que no habría retorno, hace rato que cruce la raya.

Todo era murmullos y oscuridad, algunos focos a ambos lados.

- sigue caminando y no mires a nadie, no voltees, me decía Cuya

En una de esas voltee a un lado, una niña en uniforme de colegio nos miraba cruzar la oscuridad de su colegio primaria de mujeres, su salón no tenía lunas, solo mallas de acero mal pintadas con muros de ladrillo desnudos, mi colegio parecía ser mejor, entonces comencé a escuchar el bullicio de cientos de niñas riendo, murmurando, cantando, señalándonos, gritando y un portero abriéndonos la puerta al final del corredor.

-que hacen acá, este colegio no es para Uds, fuera de aquí!

Cruzando esa puerta estaba la av. Roosevelt, cruzando la avenida la puerta del callejón donde vivíamos, sentía que mi aventura se acabaría en segundos, tan pronto como mi madre saliera por esa puerta, me esperarían una ducha fría y correazos.